Siempre me tocan a mí los locos, pensó la morena funcionaria de atención al cliente, al ver aquel traje de fotografía años ochenta con un hombre dentro, cuya cara era la viva imagen del tontolaba que aparecía como ilustración en la Wikipedia cuando se buscaba el significado de tontolaba.
—Oiga, señorita, ¿es aquí donde dispensan los carnés de afiliación para discrepantes? Es que mire usted, me ha llegado esta carta del Ministerio de la Estulticia, donde se me requiere para que, en un plazo no superior a los treinta días naturales, me afilie a cualquiera de los diversos grupos discrepantes reconocidos por el citado ministerio. De lo contrario, me abrirán un expediente sancionador por haber mostrado mis opiniones discrepantes en público sin autorización gubernamental —sobre todo en las redes sociales— y, como servidor no estaba al corriente de dicha normativa ni quiere ser más ni menos que el resto, pues aquí me hallo, según las indicaciones que se adjuntan en la misiva ministerial, para regular mi situación antes de verme en los tribunales por desobediencia.
La madre que me parió. Siempre me tocan a mí los locos, pensó la morena funcionaria de atención al cliente, al ver aquel traje de fotografía años ochenta con un hombre dentro, cuya cara era la viva imagen del tontolaba que aparecía como ilustración en la Wikipedia cuando se buscaba el significado de tontolaba.
—Sí, aquí mismo es, pero debe subir a la tercera planta; a mano derecha encontrará las ventanillas de las diversas opciones que podrá usted elegir a su gusto, caballero.
—Muchas gracias, muy amable.
Buen par de tetas guarda la moza bajo esa cosa que se ponen hoy en día y que lo transparenta todo, se dijo el aspirante a discrepante mientras, escalera arriba, se disponía a sellar por escrito con el Estado su compromiso de buen discrepador, atento a la observancia de las leyes.
Al llegar a la tercera planta —y a mano derecha, tal y como la morena informativa bien le había indicado—, encontróse nuestro protagonista con una hilera de ventanillas, unas pegadas a las otras, todas ellas con luminosos carteles anunciando su naturaleza: Discrepadores de la Alianza Nacional, Club de Discrepadores Autónomos, La Liga de la Discrepancia Atea, Discrepadores Anónimos…
Y así hasta completar, sin exagerar, dos docenas de ventanillas donde poder afiliarse a conveniencia. A tales alturas, elegir suponía un reto. Pero a nuestro Facundo Palacios —que se me había olvidado citar su nombre—, le pareció la mejor opción la de Discrepadores por la Discrepancia. Quizá porque otra morena, de tan buenas lorzas como la anterior de información, despachaba tras la ventanilla correspondiente a dicha asociación.
—Hola, buenos días, mire usted, señorita…
—Sí, sí, sí —lo atajó de golpe la lozana, que se sabía el cuento, y a lo que se ve no la tenían allí desempleando su función por simpática—. Rellene usted este impreso, y este, y este otro. Más dos fotografías tamaño carné de identidad. Si no las trae consigo, no se preocupe: al fondo hay un fotomatón. Y me deja también su DNI para hacer una fotocopia, porque supongo que no le habrán dicho que era necesaria, y en un momento le preparo lo necesario para recibirlo en nuestro club, cuyas cuotas legales de afiliación son gratis los tres primeros meses, y a partir del cuarto, 40 € más IVA, gastos imprevistos aparte. Tarifa estándar, caballero. Regulada por el Ministerio. Puede consultarlo, si lo prefiere…
¡Hijos de la gran ramera de Babilonia! Ya sabía yo que habría de acoquinar algo. Que estos del gobierno no cardan la lana, pero la cobran bien cara, dijo para sí, indignado, nuestro héroe.
—¿Y dice usted, señorita, que el fotomatón está al fondo? Bien, allá voy. Y mientras tanto, aquí le dejo el DNI, para ir abreviando trámites. Facundo Palacios Pardo me llamo. Bueno, eso ya lo verá usted en el DNI…
¡Anda! A diez euros la tirada fotográfica. Aquí no escatiman en maneras de saquearnos la cartera. Pero bueno, sea por no andar haciendo viajes.
Y así con todo, y bien guapo en las fotos —que bien podría pasar por un donjuán a ojos de cualquier ciega—, cumplimentados los impresos y firmada su adhesión al Club de los Discrepadores por la Discrepancia, como un hombre redivivo y en regla para con el Estado, caminó de regreso a su casa con la cabeza bien alta y paso sereno, presto a discrepar por lo legal con cualquiera y por cualquier cosa, sin miedo a represalias.
¡Dios! Y aún hay quienes se quejan del papel del Estado y sus intromisiones en la vida de los individuos. Qué le costará a la gente hacer caso a quienes, por nuestro bien, nos guían. Si es que los hay que más que discrepar, lo que quieren es joder al prójimo.
¡Y cómo estaban las morenas!
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Gallego Rey