Al calor de este artículo publicado en el magazín cultural Jot Down, titulado «La paradoja cultural: demonizar la inteligencia artificial mientras se sucumbe a los algoritmos», que podéis leer aquí, he reflexionado sobre el mismo tema, pero cambiando el sujeto de la reflexión: periodistas por escritores, y el resultado es el siguiente:
Usa el reproductor para escuchar la narración de La paradoja de los escritores modernos: demonizar la IA y sucumbir a los algoritmos.
Se ha puesto de moda en ciertos sectores literarios y culturales echar pestes contra el uso de la inteligencia artificial para crear obras literarias. Se la señala como una amenaza que pretende despojar a la literatura de su autenticidad ― como atributo intrínsicamente humano ―, como si el hecho de que una «máquina» intervenga en el proceso de escritura supusiera una afrenta irreparable. Sin embargo, al mismo tiempo que en corrillos y foros muchos escritores claman contra la IA, abrazan con entusiasmo otras herramientas tecnológicas, y, más interesante aún, parecen rendirse sin oponer resistencia ante los dictados de los algoritmos, esos motores invisibles que dominan el ecosistema digital y que, irónicamente, también ponen en peligro esa supuesta pureza creativa.
Los escritores que se manifiestan como los más celosos guardianes de la creación literaria humana ― vamos a denominarla así para diferenciarla de la creada por IA ― suelen también ser los que más dependen de plataformas que responden a métricas y posicionamientos web, incurriendo en una contradicción que salta a la vista, pues mientras desprecian la IA, los algoritmos les dictan las reglas del juego de manera silenciosa pero implacable. Y lo más curioso es que, a menudo, estas críticas hacia la IA surgen en el contexto de una realidad en la que la visibilidad literaria se consigue ajustándose a esas reglas algorítmicas, sacrificando en el proceso parte de lo que se considera el espíritu mismo de la escritura.
El artista que rechaza la IA, pero se enfrenta a los algoritmos
Se puede apreciar un ejercicio de cinismo en aquellos que rechazan cualquier intervención de la IA en el proceso de creación literaria, pero que al mismo tiempo diseñan sus textos con el objetivo de captar la atención de los motores de búsqueda. Estos escritores, que buscan con un ímpetu rayano la obstinación que sus obras alcancen los puestos que otorgan visibilidad, parecen olvidar que, en su empeño por cumplir con las demandas de SEO y métricas, ya están sometiendo su trabajo a una forma de automatización. La calidad literaria queda así relegada en segundo plano, mientras el formato, la longitud de las frases, y hasta la elección de palabras clave responden a un criterio numérico, una estrategia para agradar a un algoritmo que decide si un contenido será visto o no.
¿De este modo no se enfrentan, acaso, a una disyuntiva dolorosa? ¿Seguir su impulso creativo y arriesgarse a ser invisibles en un mundo hiperconectado, o someter sus escritos a los caprichos de un algoritmo que les permitirá ganar lectores, aunque sea a costa de simplificar sus mensajes? Para muchos, este equilibrio entre «autenticidad» y conveniencia se ha convertido en una especie de cruce de caminos, pues, aunque rechazan la intervención de la IA en su trabajo ― al menos cara al público ―, han cedido una parte importante del control creativo al sistema digital que critican.
Los escritores que abrazan la comercialización y los algoritmos
En el otro extremo, encontramos a aquellos escritores y creadores que han decidido abrazar no solo los algoritmos, sino también las oportunidades que ofrece la inteligencia artificial. Para estos autores, la tecnología no es una amenaza, sino una herramienta más en su proceso creativo. Si los algoritmos les permiten llegar a más lectores, no lo ven como una traición a su «arte», sino como una estrategia de supervivencia en un mercado literario cada vez más competitivo.
La IA, para ellos, no es un enemigo, sino un recurso. Algunos la utilizan para optimizar sus tiempos, generar ideas o incluso crear borradores sobre los que luego trabajan, y, lejos de sentir que están renunciando a su creatividad, consideran que están potenciándola, liberándose de las tareas más tediosas, pudiendo concentrarse en el aspecto más artístico de su obra. Estos escritores han entendido que el mercado actual está regido por reglas que no pueden cambiar, y en lugar de resistirse, han optado por adaptarse.
Sin embargo, este enfoque pragmático también conlleva sus riesgos. En la medida en que los escritores se adaptan al juego de los algoritmos y las herramientas de IA, se adentran en un terreno pantanoso, donde existe el peligro de que la originalidad y la diversidad del contenido se vean comprometidas. Al final, corren el riesgo de abrazar la homogeneidad que los algoritmos suelen premiar: una repetición constante de temas y estilos que aseguran el tráfico y la relevancia, pero que limitan todo lo que se salga del tiesto.
Una paradoja irresoluble
Así, nos encontramos ante una paradoja que parece irresoluble. Por un lado, los escritores que defienden la pureza de la creación literaria se ven atrapados en las exigencias del mercado digital, que demanda ajustar las obras a las reglas algorítmicas. Por otro, aquellos que abrazan las herramientas tecnológicas lo hacen a costa de ceder cierta cuota de originalidad. Mientras tanto, la IA se asoma como una figura que, lejos de ser la causante de todos los males, podría convertirse en una aliada para quienes sepan cómo utilizarla sin sacrificar la calidad de su obra.
En última instancia, a modo de resumen, el dilema no es sobre la inteligencia artificial en sí, sino sobre las decisiones humanas que rodean su uso. No es la IA la que amenaza la creación literaria, sino nuestra tendencia a ceder ante las presiones de la comercialización, que demanda visibilidad y éxito inmediato. El verdadero desafío, entonces, no es combatir las máquinas, sino encontrar un equilibrio en un entorno donde las reglas están dictadas por algoritmos que no entienden ni aprecian el valor del arte.
Nota al pie de página*. Como se puede comprobar, el título de mi artículo está copiado del artículo de Jot Down al que hace referencia, con la lógica variación correspondiente