Escritores que odian el capitalismo hasta que publican su libro
Otra forma común de confusión es la de ciertos autores que, tras ser rechazados por editoriales, lanzan críticas furibundas al sistema editorial, acusándolo de estar guiado por intereses capitalistas. Pero cuando estos mismos autores deciden autopublicarse, aplican con entusiasmo los principios de rentabilidad, optimización de recursos, segmentación de mercado y análisis de beneficios. En otras palabras: adoptan para sí mismos la lógica del capitalismo que tanto denuncian.
En el debate cultural contemporáneo, especialmente dentro del ámbito editorial, es común encontrar críticas que acusan al «capitalismo salvaje» de estar detrás de ciertas decisiones empresariales, sobre todo en el caso de las grandes editoriales. Sin embargo, muchas de estas acusaciones parten de una confusión entre dos conceptos que conviene separar con claridad: capitalismo y consumismo.
El capitalismo como tecnología del ahorro y la inversión
Desde una perspectiva clásica, como la que defienden pensadores como Miguel Anxo Bastos –ver vídeo-, el capitalismo no se define por el consumo masivo ni por la búsqueda desenfrenada del beneficio inmediato. Muy al contrario, el capitalismo se basa en la acumulación (o concentración) de capital fruto del ahorro, el trabajo y la inversión racional. Capitalismo es capitalizar el esfuerzo: transformar tiempo, conocimiento y trabajo en valor, y ese valor en capacidad productiva o bienestar sostenido.
En este marco, es importante entender que producir bienes o servicios cuyo único fin es ser consumidos rápidamente, sin una estrategia de reinversión o crecimiento, no representa el espíritu capitalista, sino una desviación de éste. Eso es consumismo: una cultura de gratificación inmediata, en la que el gasto sustituye al ahorro, y el capricho reemplaza a la inversión.
Editoriales: ¿capitalistas o consumistas?
Cuando una editorial adquiere los derechos de explotación de una obra de escaso valor literario, pero escrita por una figura mediática con una audiencia considerable, no está actuando según una lógica capitalista en el sentido clásico del término. Lo que hace es responder a una estrategia de consumismo: explotar una oportunidad de venta inmediata, basada en la fama, no en la calidad o la sostenibilidad de su catálogo.
Confundir este comportamiento con «capitalismo salvaje» es un error conceptual. El llamado «capitalismo salvaje» es, si acaso, un sistema en el que se fomenta el máximo esfuerzo, el ahorro responsable y la disciplina inversora. Nada de esto ocurre en la cultura empresarial basada en la sobreproducción de libros de escaso valor que saturan el mercado para responder a tendencias efímeras.
La editorial capitalista
Una editorial verdaderamente capitalista, en este sentido, es aquella que piensa a medio y largo plazo. Que invierte en una línea editorial coherente, en autores con potencial, en una marca que genere confianza en sus lectores. Que capitaliza el esfuerzo de editores, correctores y autores para construir un producto cultural con valor sostenido.
Eso no significa que toda editorial deba aspirar a publicar alta literatura. Cada editorial responde a un segmento de mercado, y es perfectamente legítimo que una de ellas publique literatura ligera o de consumo rápido, siempre que ello responda a una estrategia empresarial coherente. Lo que no es legítimo es que desde fuera se critique ese modelo acusándolo de «capitalismo depredador», cuando lo que se está observando es un modelo puramente consumista.
La incoherencia de algunos críticos
Otra forma común de confusión es la de ciertos autores que, tras ser rechazados por editoriales, lanzan críticas furibundas al sistema editorial, acusándolo de estar guiado por intereses capitalistas. Pero cuando estos mismos autores deciden autopublicarse, aplican con entusiasmo los principios de rentabilidad, optimización de recursos, segmentación de mercado y análisis de beneficios. En otras palabras: adoptan para sí mismos la lógica del capitalismo que tanto denuncian.
Esto no implica que autopublicarse sea incoherente. Lo incoherente es criticar una lógica empresarial mientras se espera que una editorial asuma riesgos, realice inversiones y ofrezca beneficios que no se corresponden con la calidad u originalidad del producto ofrecido. Es la famosa «ley del embudo»: lo ancho para mí, lo estrecho para los demás.
El capitalismo como proceso sistemático
Conviene recordar que el capitalismo, entendido como tecnología social, es un proceso sistemático: primero trabajo, luego creación de valor, después capitalización y finalmente beneficio. Este beneficio puede ser reinvertido en mejorar los procesos productivos o en elevar la calidad de vida. En el caso del escritor, este proceso se traduce en crear una obra, invertir tiempo y conocimientos en ella, y luego buscar rentabilizar ese esfuerzo: sea a través de la cesión de derechos a un tercero (editorial), o explotando él mismo su obra (autopublicación).
El beneficio económico es solo una de las formas de capitalización. Otra forma puede ser el reconocimiento crítico, la consolidación de una carrera o la creación de una comunidad de lectores. Pero es un error exigir a una editorial que se guíe por parámetros distintos a los que uno mismo aplica en su propia práctica.
A modo de resumen
La crítica a las editoriales debe hacerse con precisión conceptual. No se puede usar «capitalismo» como sinónimo de todo lo que nos desagrada del mercado, porque, como he explicado, el verdadero capitalismo se basa en el esfuerzo, el ahorro y la inversión responsable, mientras que el consumismo, en cambio, es la gratificación inmediata, la producción por oportunidad y el gasto desmedido.
Si queremos elevar el debate sobre la industria editorial, debemos comenzar por distinguir entre ambas cosas. Porque si no diferenciamos entre capitalismo y consumismo, terminamos exigiendo a los demás que se guíen por principios que ni siquiera nosotros mismos entendemos del todo o respetamos en la práctica.
Epílogo: La imprenta, un hito transformador del capitalismo
La invención de la imprenta no solo revolucionó la forma en que se producían y distribuían los libros, sino que marcó un antes y un después en la historia del capitalismo. Este avance tecnológico permitió que el conocimiento, antes reservado a una élite privilegiada que podía permitirse manuscritos caros y exclusivos, comenzara a ser accesible para un público mucho más amplio.
Lejos de ser un simple cambio técnico, la imprenta simboliza el poder del capitalismo cuando se basa en la inversión responsable, la innovación y la acumulación de valor. Gracias a estos principios, la producción de libros dejó de ser un arte limitado y se convirtió en una industria capaz de democratizar la cultura y el saber.
Este proceso nos recuerda que el espíritu del capitalismo no está en la producción desmedida ni en el consumismo efímero, sino en transformar esfuerzos y recursos en bienes y servicios que puedan generar valor sostenible y ampliar las oportunidades para todos. La imprenta es, por tanto, un símbolo vivo de ese potencial, una alegoría de cómo un sistema económico bien entendido puede abrir caminos hacia una sociedad más culta y accesible.
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Gallego Rey