El Silencio de las Letras: Escritores que Decidieron Dejar de Escribir
El mundo literario está lleno de historias de autores que, tras alcanzar la cumbre del éxito, decidieron hacer algo impensable para la mayoría: dejar de escribir. Esta decisión es difícil de comprender desde la óptica de quienes anhelan alcanzar el éxito literario o de aquellos que asocian la escritura con una necesidad interior de expresar pensamientos, emociones o historias. Sin embargo, precisamente la fama que tantos persiguen pudo alterar esa relación entre los personajes que traigo a colación y sus obras, llevándolos a replantearse sus carreras literarias. Veamos, pues, algunos ejemplos de escritores que, tras alcanzar la fama, cerraron la puerta a la escritura, no sin antes dejar esta pregunta en el aire: ¿la renuncia a la creación puede verse como un acto de valentía, hartazgo o como una reacción ante las presiones de la industria editorial?
J.D. Salinger, por ejemplo, es conocido no solo por su obra maestra El guardián entre el centeno, sino también por su retiro voluntario de la vida pública y literaria. A pesar del éxito de su novela, Salinger eligió el aislamiento, evitando la fama que parecía ahogar su proceso creativo[1]. ¿Fue el precio del éxito lo que lo alejó de la escritura o simplemente cumplió con lo que había venido a decir?
La famosa novelista Harper Lee, autora de Matar a un ruiseñor, también se retiró del ojo público y dejó de escribir después de la publicación de su obra más emblemática. La crítica y el público la aclamaban, pero Lee nunca pareció cómoda con las expectativas que el éxito trajo consigo. A lo largo de décadas, apenas publicó y vivió discretamente hasta su muerte, como si hubiera decidido que una gran obra era suficiente.
Aunque las razones de cada escritor son únicas, muchos comparten un punto en común: el deseo de preservar su obra. Marguerite Duras, aunque nunca abandonó completamente la escritura, limitó su producción en los últimos años, aduciendo que ya no tenía nada más que decir. Este tipo de postura refleja una honestidad artística que prioriza el valor del éxito alcanzado por encima de la cantidad de publicaciones.
El silencio de estos autores me invita a reflexionar sobre el lugar de la escritura en sus vidas y en la mía. ¿Qué sucede cuando la creación, que alguna vez fue un refugio o una pasión, se convierte en una obligación? Quizás el éxito cambia la relación con la escritura, transformándola de un acto libre a una expectativa agobiante. Aunque es cierto que, en algunos casos, el retiro de la escritura puede ser visto como un acto de resistencia, como en el caso de Doris Lessing, ganadora del Premio Nobel de Literatura, que anunció que dejaría de escribir después de obtener el galardón en 2007. Tras años de dedicación inquebrantable a su oficio, declaró sentirse «agotada» y explicó que ya no tenía «energía para escribir». Este tipo de cansancio creativo no es extraño; muchos autores se enfrentan a la fatiga de esa expectativa agobiante, como si una vez que se ha alcanzado la cumbre no quedara más que repetir la fórmula que los llevó allí.
En esta misma línea, podemos considerar a Philip Roth, quien decidió retirarse en 2012 tras una carrera prolífica y exitosa. Roth mencionó que había «dicho todo lo que tenía que decir» y no veía la necesidad de seguir escribiendo por el simple hecho de continuar una carrera literaria. Y eso, su decisión de retirarse con dignidad, tras una obra sólida y completada, visto desde la perspectiva actual —la de una era donde se alienta a los escritores a producir textos de forma constante— puede y debe tomarse como una lección de humildad.
Por otra parte, me he encontrado con el caso de Elena Ferrante que, aunque distinto, me plantea otra reflexión: aunque su identidad sigue siendo un misterio, su decisión de mantenerse en el anonimato, aun con el tremendo éxito de su saga napolitana, ¿es una forma de preservar la independencia de su obra? Ferrante no ha dejado de escribir, pero ha separado drásticamente su vida personal de su trabajo como escritora. ¿Cuántos estarían dispuestos a hacer lo mismo? Desde luego, Carmen Mola, no.
Así, veo que el silencio de los autores no siempre es definitivo ni absoluto. Algunos simplemente eligen cambiar de registro. Otros regresan años más tarde, cuando encuentran una nueva forma de decir lo que necesitan, así que, el aprendizaje que puedo extraer de estas historias es que la escritura no es una carrera lineal y que hay valor tanto en lo que se escribe como en lo que se decide no escribir. Y, ¿acaso estos silencios no son, también, una forma de literatura?
Anexo: El Silencio de Juan Rulfo
Reconozco que este artículo nace de mi admiración por uno de los casos paradigmáticos de lo que hoy me ocupa, y uno de los más fascinantes en la historia literaria: el de Juan Rulfo, escritor mexicano que, con solo dos obras, logró dejar una huella imborrable en la literatura universal. Pedro Páramo y El llano en llamas lo catapultaron a la fama, consolidando su lugar como uno de los grandes narradores del siglo XX. Sin embargo, después de estas publicaciones, Rulfo dejó de escribir ficción.
Su silencio literario ha sido objeto de innumerables debates y especulaciones. Algunos dicen que el propio Rulfo se sentía incapaz de superar la calidad de sus primeros trabajos, mientras que otros apuntan a razones personales y familiares, como la muerte de su tío Celerino, quien, según Rulfo, le contaba las historias que luego él escribía. Además, Rulfo mencionaba con frecuencia su desencanto con el proceso creativo, señalando la presión de las expectativas y la falta de motivación.
Sin embargo, me inclino a pensar que, simplemente, son ciertas sus palabras, muchas veces repetidas, en el sentido de que había escrito todo lo que tenía que decir, y después de ello no tenía sentido decir nada más. Sin olvidarnos de que dedicó buena parte de su vida a sus otras grandes pasiones, ejerciendo como historiador, fotógrafo y guionista de cine.
[1] La decisión de J.D. Salinger de dejar de publicar y llevar una vida aislada ha sido objeto de especulación durante décadas, pero no hay una única razón clara y definitiva. Sin embargo, a lo largo del tiempo se ha especulado con varias causas probables que pueden haber influido en su retirada literaria.
1- Reacción al éxito y la fama: Tras la publicación de El guardián entre el centeno en 1951, Salinger se vio abrumado por la atención mediática y la popularidad que la novela le trajo. Era notoriamente celoso de su vida privada y, al parecer, la presión de ser una figura pública y el constante escrutinio contribuyeron a su decisión de retirarse del centro mediático.
2- Desilusión con el mundo editorial: Salinger mantenía una relación tensa con el mundo editorial. Se cree que se sintió frustrado con los cambios que las editoriales querían hacer en su obra y con el enfoque comercial de la industria literaria. Esto fue evidente en su relación con The New Yorker, la revista que publicaba muchos de sus relatos.
3- Búsqueda de perfección artística: Algunos estudiosos sugieren que Salinger, siendo un perfeccionista, podría haberse apartado de la publicación porque no estaba completamente satisfecho con sus obras. Se habla de que continuó escribiendo después de dejar de publicar, pero nunca permitió que estos textos vieran la luz, quizás porque no alcanzaban el estándar que él mismo se imponía.
4- Espiritualidad: Salinger tenía un profundo interés por las filosofías orientales, especialmente el budismo y el hinduismo. Con el tiempo, desarrolló una visión más introspectiva y espiritual del mundo, lo que podría haber influido en su decisión de alejarse de la vida pública y enfocarse en su vida interior.
5- Experiencias traumáticas: El tiempo que Salinger pasó en la Segunda Guerra Mundial tuvo un gran impacto en él. Aunque no hablaba mucho al respecto, varios biógrafos señalan que los horrores de la guerra lo marcaron profundamente, lo que pudo contribuir a su alejamiento de la sociedad y su decisión de enfocarse en la vida en solitario.