Pero la cosa para ella estaba clara: o pechos nuevos o se terminaba la relación. Lo sopesé, muy a mi pesar.
Para Rosario todo se reducía a que le sufragase la operación de aumento de pecho. Daba igual cualquier otra generosidad de mi parte hacia ella, por muy cara que fuese, que en su cabeza solo sabía medir mi amor por ella si le pagaba con esa moneda. Y a mí no me apetecía soltar la mosca por algo cuyo resultado se me antojaba innecesario, dado que me gustaba tal y como era, que no era cualquier cosa.
Rosario es una mujer de bandera, de las que por donde pasa atrae las miradas. Pero nada; erre que erre con que tenía los pechos pequeños. Y la verdad es que sí. Pero proporcionados a su figura esbelta. Pequeños, pero firmes y apetecibles. Y con unos pezones que cuando se ponía cachonda daba gloria verlos.
Pero la cosa para ella estaba clara: o pechos nuevos o se terminaba la relación. Lo sopesé, muy a mi pesar. Rosario me gustaba, no era un capricho y me tenía enganchado gracias a su fogosidad. Pero a ver cómo le explicaba a mi hermano la razón de regalarle unos pechos nuevos a su mujer.
©Gallego Rey