La Farsa de la escritura mística. Escribir no tiene ninguna connotación áurea
Hay quien escribe pensando que al hacerlo se eleva moral e intelectualmente por encima del resto. Se creen tocados por un don, por una sensibilidad superior, por un lenguaje que solo ellos pueden interpretar. Como si escribir fuera un rito de paso y no un oficio como cualquier otro, con sus herramientas, sus errores, su constante aprendizaje y dosis de humildad. Humildad que, por cierto, muchos evitan con esmero.
Y sin embargo, hay quien todavía cree que escribir es una suerte de ceremonia sagrada. Como si al enfrentarse al proceso de escritura se abriera un canal cósmico que conectase al escritor con las musas, con la eternidad o, peor aún, con su ego ensanchado. Hoy se habla de la escritura como si fuera un oficio místico, reservado para almas sensibles que respiran literatura por los poros y lloran tinta en las madrugadas —permítanme la pedantería—. Pura comedia.
Lo que se olvida —o se disfraza— es que escribir es, sobre todo, una tarea mecánica, repetitiva, frustrante en ocasiones y no pocas veces estéril. Que la inspiración es una excusa para no trabajar y que los textos no se dan vida a sí mismos: se escriben con disciplina, se reescriben con cierto grado de exasperación y se pulen con dudas. No hay aura, hay sudor. No hay revelación, hay rutina.
Pero claro, eso no se dice. No vende. Lo que vende es la pose. La narrativa del escritor atormentado, del que «siente demasiado», del que vive la vida en versos, aunque no sepa ni estructurar un haikú. Lo que abunda —sobre todo, o ante todo en redes sociales— es la autocomplacencia literaria, el exhibicionismo emocional y una especie de misticismo impostado que busca más el minuto de gloria que lectores. Y eso, por mucho que lo adornen, no es literatura: es necesidad de atención.
Hay quien escribe pensando que al hacerlo se eleva moral e intelectualmente por encima del resto. Se creen tocados por un don, por una sensibilidad superior, por un lenguaje que solo ellos pueden interpretar. Como si escribir fuera un rito de paso y no un oficio como cualquier otro, con sus herramientas, sus errores, su constante aprendizaje y dosis de humildad. Humildad que, por cierto, muchos evitan con esmero.
La connotación áurea de la que tanto se enorgullecen algunos no está en la escritura, sino en su imaginario. Se proclaman autores con el objetivo de impresionar, no de comunicar. Hablan de sí mismos como si pertenecieran a una casta aparte, como si fuesen partícipes de una tradición secreta donde solo entra quien sabe sufrir no se sabe por qué. Como si escribir doliera. Como si la angustia se metamorfosease en arte. Y no, no funciona así.
Esa necesidad de convertir al escritor en transmisor de verdades trascendentes o en profeta de lo humano no hace más que entorpecer el valor de la escritura: la claridad. Porque cuando uno realmente tiene algo que decir, lo dice. Punto. No lo convierte en sortilegios ni lo maquilla con afectación. Lo dice, lo trabaja y lo entrega. Y luego que sea lo que tenga que ser.
Escribir no es una redención ni iluminación. Es, en todo caso, una forma de buscar(se) sentido, no de imponerlo. Y eso requiere más honestidad que estilo, más precisión que dramatismo, más oficio que pose. Lo que dignifica al escritor no es su supuesta conexión con lo inefable, sino su capacidad para ordenar el caos primigenio cuando surge la idea madre, aunque sea por un rato, aunque sea solo en una página.
No hay, pues, connotación áurea en escribir. Lo que hay, si acaso, es una necesidad vital. Pero eso no te convierte en chamán, ni en guía espiritual, ni en genio incomprendido. Solo en alguien que necesita decir algo y se esfuerza por hacerlo bien. Y si no hay esfuerzo, ni verdad, ni trabajo… entonces no es literatura. Es ruido.
Así que, por favor, dejad de disfrazar vuestra pedantería con pseudofilosofía barata. Dejad de citar a este o aquel escritor sin haberlo entendido. Dejad de romantizar un oficio que, si algo tiene de noble, es precisamente su humildad. No sois custodios de ningún templo. No estáis canalizando ningún mensaje divino. Estáis escribiendo. Y eso, en sí mismo, ya es bastante.
©Gallego Rey