¿Escribir te convierte en escritor? La banalización de un oficio para quien no entiende la literatura
En tiempos en los que cualquiera puede publicar un texto en redes o blogs, la línea que separa al escritor del mero aficionado se difumina. ¿Escribir solo por escribir es suficiente para merecer el título de escritor? En este artículo reflexiono sobre la banalización del oficio literario y por qué entender la literatura va mucho más allá del simple acto de juntar palabras.
El debate en torno a la figura del escritor —qué significa serlo, qué requisitos se necesitan para poder considerarse como tal— es un fenómeno moderno, enraizado en el uso de internet y las redes sociales. Antes de su aparición, tal discusión ni existía ni se antojaba necesaria. Había un consenso tácito sobre los mínimos exigibles para atribuirse esa condición. Y, desde luego, no bastaba con el mero acto de escribir, por mucho que algunos hoy se agarren a la primera acepción que ofrece la RAE para justificar que escritor es toda persona que escribe.
Reducir el término a esa simpleza —ignorando el resto de acepciones— es querer arrimar todas las ascuas a la propia sardina. Veamos lo que dice la RAE:
- Persona que escribe
- Persona que escribe al dictado.
- Persona que tiene el cargo de redactar la correspondencia de alguien.
- Autor de obras escritas o impresas. (sinónimo, autor)
Resulta evidente que la primera acepción, que suele usarse como comodín, no agota el significado del término, ni mucho menos lo eleva. Pero vayamos más allá.
¿Y si hablamos de literatos, no de escritores?
Para este supuesto debate —que, a mi juicio, ni siquiera debería serlo—, lo más adecuado sería hablar de literato, y no de escritor, dada la facilidad que tiene este último término para confundir a las mentes menos pensantes. Si nos ponemos de acuerdo en aceptar que la definición de literato es:
«Persona con conocimientos profundos en literatura, o que se dedica profesionalmente a escribir obras literarias, especialmente cultivando un estilo cuidado y erudito»,
Entonces toda discusión se desvanece como el humo que emana de una chimenea.
La RAE, por cierto, nos dice:
- adj. Dicho de una persona: Versada en literatura. (Usado también como sustantivo).
Antónimo: iliterato. - m. y f. Persona que se dedica a la literatura.
Sinónimos: escritor, autor, dramaturgo, novelista, poeta, ensayista, publicista.
Además, tradicionalmente el literato se asocia con quienes reflexionan o critican sobre el arte de la escritura y la literatura.
Sentido común y espejismos digitales
En esto, como en casi todo, cada cual puede hacer de su capa un sayo. Pero el sentido común —ese que parece cada vez más en desuso— nos invita a pensar que no se puede reducir la actividad del escritor a la de una persona que escribe, porque si así fuera, todos los alfabetizados del planeta podríamos proclamarnos escritores.
Este debate tan reduccionista solo se da en el mundo de la literatura, aunque empieza a extenderse a otras disciplinas artísticas. La estupidez avanza al mismo ritmo que internet lo facilita. Y digo que solo se sostiene en el mundo de la literatura porque, por ejemplo, casi nadie se atreve a llamarse pintor por practicar la acuarela en sus ratos libres, ni se autodenomina músico por tocar la guitarra ocasionalmente para solaz —o martirio— de sus amistades. Los ejemplos podrían multiplicarse, pero imagino innecesario insistir: ya se entiende por dónde voy.
Escribir no basta. Nunca ha bastado.
Escribir, como ejercicio personal (a saber con qué ínfulas), no basta para considerar escritor a nadie, del mismo modo que cantar no te convierte en cantante, ni rasgar una guitarra te convierte en guitarrista.
Es un autoengaño pensar que el simple acto de escribir transforma automáticamente a quien lo practica en algo más. Porque ser escritor implica algo más que juntar palabras: exige dominio del lenguaje, comprensión de la tradición literaria, una visión clara, una voz propia y, sobre todo, una dedicación constante al oficio. Lo otro —ese impulso de llenar páginas sin propósito, sin conciencia ni rigor— podrá ser terapia, pasatiempo o desahogo. Pero no es literatura.
Una amarga observación
Y a lo antedicho añado otro punto a favor de mi tesis, a saber: que la mayoría de la gente que se empeña en ser reconocida como escritora es muy mala escribiendo. Pero muy mala. Al menos, escribiendo literatura.
Lo de los poetas, mejor otro día…
Algún día hablaré de quienes reclaman para sí el título de poetas. Porque a esa gente, sinceramente, hay que darle de comer aparte. Muy aparte.
© Gallego Rey