Sin embargo, a la noche siguiente comenzó a experimentar una extraña inquietud. Ya no le molestaba el cri-cri de las termitas, pero tenía la sensación de que la observaban.
El cri-cri comenzó como un sonido casi imperceptible. Las primeras noches apenas le inquietó como para desvelarla. Sin embargo, con el paso de los días, aquel cri-cri nocturno fue aumentando en intensidad, convirtiéndose en una molestia similar al goteo persistente de un grifo mal cerrado que acaba por desquiciar. Dormir de un tirón se convirtió en imposible y Aurora no lograba imaginar de dónde provenía ese sonsonete. Era evidente que no se trataba de grillos; este cri-cri era más sutil y constante y provenía del interior de la casa.
Semanas más tarde, ante la evidencia de lo insoportable de la situación, decidió hablar con su hermana, solicitando refugio en su casa. La falta de sueño le estaba pasando factura, y no podía permitirse prolongar aquel insomnio.
Preocupado por la historia del cri-cri que contaba Aurora, su cuñado decidió investigar por su cuenta, pasando una noche en su casa. Decisión providencial. El famoso cri-cri tenía solución: solo eran unas termitas masticando la madera de las viejas vigas del techo, así que, al día siguiente contactó con un especialista para eliminar a las molestas inquilinas. Aurora recibió la noticia con alivio, y más aún al saber que, debido a los productos necesarios para exterminar a las causantes de su infortunio, no podría regresar a su casa durante una semana, tiempo que aprovecharía para disfrutar en compañía de su hermana y cuñado.
Pasado el plazo, regresó a su hogar, con curiosidad por saber si el tratamiento había sido efectivo. La primera noche no escuchó ni rastro del molesto cri-cri y durmió aliviada, a pierna suelta. Sin embargo, a la noche siguiente comenzó a experimentar una extraña inquietud. Ya no le molestaba el cri-cri de las termitas, pero tenía la sensación de que la observaban. Sensación absurda, por supuesto, pero cada vez más intensa. Al tercer día, se despertó sobresaltada por una pesadilla y, al abrir los ojos, vio claramente miles de lucecillas, quizás millones, observándola desde las vigas del techo. Cada una de esas luces por sí sola no significaba mucho, pero la suma de tantos ojillos de termita fijos en ella daba la sensación de una masa luminosa y uniforme.
Aurora ahogó un grito mordiendo el edredón al tiempo que cerraba los ojos para negar la evidencia. Las termitas no solo no habían muerto, sino que estaban ahí para cobrar su venganza. Aquella noche, lo último que escuchó Aurora fue un cri-cri constante y voraz, un cri-cri caníbal… cri-cri, cri-cri, cri-cri.
© Gallego Rey