Sobre ensayos y artículos de opinión. Segunda parte.
La versatilidad literaria de los grandes novelistas del siglo XX se alimenta de un contexto cultural y social que valoraba la reflexión y el compromiso intelectual como pilares fundamentales del quehacer literario.
En el siglo XX, los grandes novelistas no solo destacaron por la calidad de sus narrativas y la construcción de obras literarias que han trascendido generaciones, sino también por su versatilidad para abordar otros géneros literarios con éxito, tales como la crítica literaria, el ensayo y el artículo. Esta capacidad multifacética no solo enriqueció su obra novelística, sino que también les permitió proyectar una mirada crítica sobre el mundo, la literatura y la condición humana, dotándoles de una autoridad cultural y una relevancia intelectual que va más allá de su producción narrativa. Autores como Jorge Luis Borges, quien, además de ser un maestro del cuento y la prosa breve, cultivó el ensayo con una agudeza y profundidad que desdibujan las fronteras entre la ficción y el pensamiento crítico; o Virginia Woolf, cuyas novelas introspectivas y llenas de innovación formal se complementan con ensayos fundamentales sobre la literatura y la condición femenina. Y también está el caso de Octavio Paz, quien, además de ser un notable poeta y ensayista, practicó el ensayo como medio para explorar cuestiones filosóficas, políticas y culturales, revelando su capacidad para moverse con soltura entre géneros. Estos ejemplos evidencian una práctica literaria marcada por la complementariedad, donde cada forma de expresión aportaba matices y profundidades que nutrían al conjunto de su obra.
Este hecho no es casualidad. La versatilidad literaria de los grandes novelistas del siglo XX se alimenta de un contexto cultural y social que valoraba la reflexión y el compromiso intelectual como pilares fundamentales del quehacer literario. La crítica literaria y el ensayo eran terrenos fértiles para el intercambio de ideas, la confrontación de teorías y la construcción de estilos literarios que se desplegaban en distintos registros. Estos escritores no concebían la novela como un fin en sí mismo, sino como una parte de un proyecto más amplio de exploración y comprensión del mundo, un mundo que requería ser interpretado y discutido desde múltiples perspectivas. En este sentido, la flexibilidad y la capacidad de moverse entre diferentes formas literarias no solo ampliaba su campo de influencia, sino que les permitía dialogar con su tiempo mediante un lenguaje más completo.
En contraste, la mayoría de los novelistas contemporáneos, especialmente los más jóvenes, parecen haber abandonado esta práctica de la versatilidad literaria. Si bien hay excepciones notables, hoy en día es menos frecuente encontrar autores que se desempeñen con éxito en múltiples géneros. Esta especialización parece responder a varios factores que van desde cambios en el mercado editorial, donde la novela ha adquirido una preeminencia casi exclusiva en términos comerciales, hasta una transformación en las expectativas de los lectores y en la formación de los escritores. El espacio para la reflexión crítica y el ensayo ha sido relegado a un segundo plano, en parte por la proliferación de formatos más inmediatos y fragmentarios como el chascarrillo de opinión en plataformas digitales o la irrupción de las redes sociales como escenario de debate, donde la profundidad analítica se sacrifica por la velocidad y la brevedad. El hecho de que los novelistas actuales no se desarrollen en otros géneros también puede interpretarse como un reflejo de una formación literaria más restringida y orientada a resultados específicos. La educación literaria contemporánea, especialmente en los programas de escritura creativa, suele centrarse de manera casi exclusiva en la novela y en el cuento, obviando otros géneros que requieren una preparación y una exigencia diferentes. Esto genera escritores «castrados» en la práctica del oficio narrativo, menos capacitados para abordar los desafíos intelectuales y estilísticos que presentan la crítica literaria o el ensayo. A esta realidad se suma la presión por la inmediatez y la visibilidad en un mercado editorial saturado, donde la novela es vista como el único medio para alcanzar el éxito y el reconocimiento.
Podemos resumir que la diferencia entre estos dos enfoques radica en que los novelistas del siglo XX no solo eran narradores, sino intelectuales que concebían la literatura como una forma de relacionarse con el mundo y con sus contemporáneos. Ellos entendían que la novela, aunque poderosa, no era suficiente para capturar todas las dimensiones de la experiencia humana y cultural, y que el ensayo y la crítica literaria les permitían ahondar en aquellas zonas donde la ficción no alcanzaba. Los escritores contemporáneos, en su mayoría, parecen haber perdido esa capacidad de transitar con comodidad por diferentes géneros, lo que limita su impacto y su legado. Por ello, el reto para la generación presente y futuras de novelistas sería recuperar esa amplitud de miras y esa vocación por explorar más allá de los límites establecidos por el mercado editorial de consumo de masas, y en la búsqueda de una literatura que vuelva a conectar con todas las dimensiones del pensamiento humano.
©Gallego Rey